Como la totalidad de los ideólogos de la derecha chilena, Hermógenes Pérez de Arce parece vivir sumido en una algodonosa cultura de condominio. Bien amurallado, con cerco eléctrico y perros amanerados (¿o se dice amaestrados?). Lo cierto es que su mirada del país y de su gente resulta la de un turista; siempre extranjero, siempre lejano, y bastante privilegiado por cierto, si acaso es un privilegio el aislamiento voluntario más triste que uno pueda imaginar. La de un paseante que observa desde las alturas pontificias a esta amorfa masa de cabezas negras y mechas tiesas que pululan a los pies de su torre de marfil de cinco estrellas.
Si a alguien le cabe alguna duda de lo poco que ha cambiado nuestra derecha su visión del pueblo, le aconsejamos leer “Chilenos en su tinto”, el libro de este controvertido abogado y periodista a quien hasta el calificativo de reaccionario le viene quedando corto. ¿Cómo se puede despreciar tanto al pobre viejo que nos mantiene el jardín, a la persona que nos hace la cama por las mañanas o que nos plancha las camisas cantando rancheras, don Hermógenes? ¿Cómo se puede sentir tanto desdén por ese pueblo subalterno que nos pela las papas y que cuando niños nos limpió los mocos y nos cambió los pañales?
Quiso ser gracioso, don Hermógenes, pero un hombre que conoce las cosas sólo de oídas jamás logrará ser ni remotamente divertido. Desde sus posiciones de viejito bien, el bueno de Pérez de Arce sólo atina a farfullar los clichés pasados de moda que ya repetían, allá por los años ’50, nuestras abuelas o las viejas tontas que todavía hablan del “hombrecito” que les encera los pisos. Es la sociología típica de un derechista mamón y atrasado de noticias. El libro de alguien cegado por los prejuicios más burdos, que son, para desgracia de Chile, los que inspiran a la derecha ultramontana en su odio parido a todo lo que huela a pueblo pobre. No está solo Pérez de Arce en su miopía antipopular. Él es el guía de aquella derecha tonta que debe sufrir nuestra patria. La derecha borreguil de club cerrado y doce hijos en colegios caros, seres que lastran duramente los procesos de cambios y las reivindicaciones legítimas de la gente. Claro que somos imperfectos los chilenos; flaqueamos, nos caemos mil veces en el mismo hoyo. Pero debiera saber, don Hermógenes, que todo el auge económico de nuestro país no sería posible sin esa caterva de huevones pencas a los que tanto condena. Son esos pobres diablos los que saltan a la calle a las cinco de la madrugada para poner en marcha toda esta economía dorada que unos pocos, como usted, disfrutan hasta la saciedad. Son los mamarrachos sobre los que usted tan ásperamente predica, los humanoides en vías de extinción –según sus propias expresiones–, los que le ponen pino todo el día en la construcción, en la minería y en el campo, plagado de viñas, plantío de arándanos y otras delicadezas de exportación que seguramente usted encontrará un acierto salvaje de sus amigos financieros y emprendedores.
Además, ¿qué han hecho Pérez de Arce y sus amigos por el desarrollo humano de nuestra población? Sabemos que nada. Que, por el contrario, son los grandes perpetuadores de nuestras taras y angustias más viejas, con su lejanía y su desdén patológico. Con su abandono de clase dirigente que ha traicionado sus deberes y compromisos históricos con un país que los necesitaba.
¿Se dirá cristiano Pérez de Arce? Es casi seguro. Pues, si es así, que corra hoy mismo, aprovechando que es domingo, a confesarse con alguno de esos curitas pacientes y benévolos que pueden pasarse la tarde entera escuchando pendejadas. El pecadillo es soberbia, porque la tontera, hasta donde sabemos, es sólo un defecto de carácter. Dígale, don Hermógenes, cuánto aborrece a este país de rotos curados y abominables, y cuán perfecto se siente usted cada vez que se compara con ellos. Cuéntele al fraile que escribió un librito sobre eso. Incluso se lo puede llevar autografiado. Márquele las frasecitas contra el condón y la anticoncepción: seguro que el cura de la iglesia de El Bosque le rebaja por ellas un par de avemarías.
A los que injustamente pensaban que el hombre es un bobo, a los miopes que se reían de él como del más genuino de los bolas, les podemos asegurar que están total y completamente errados. Este ideólogo de la derecha en retirada es mucho, pero mucho más que eso. Y no da risa, da asco. LND